Los radares falsos son radares simulados sin capacidad para controlar la velocidad de los vehículos ni para imponer multas, que las autoridades de tráfico suelen instalar en las carreteras como estrategia para reducir la siniestralidad, con el objetivo de que se conduzca más despacio pero sin multar, simplemente por el poder disuasorio que implica la mera presencia de un radar.
Qué son los radares falsos
Como parte de las estrategias que ponen en práctica las autoridades responsables de tráfico para controlar el exceso de velocidad por parte de los conductores, el caso de los radares falsos es sin duda una de las más controvertidas.
Los radares falsos son radares simulados sin capacidad para controlar la velocidad de los vehículos ni para imponer multas, que se instalan simplemente por el poder disuasorio que conlleva la mera presencia de un radar.
Se suelen instalar en distintas vías con la finalidad de conseguir que se conduzca más despacio, pero sin ánimo ni capacidad para multar. La ausencia de esta capacidad radica en que no contienen cámara ni cinemómetro en su interior, dispositivos inherentes a los radares reales, ya que en todo lo demás se trata de dispositivos idénticos a los radares verdaderos, tanto por su fisonomía como por la ubicación de los mismos.
Los radares falsos tienen el objetivo de convencer a los conductores de que conduzcan más despacio, que reduzcan la velocidad a la que muchos están acostumbrados a circular, pero únicamente asustando a los conductores indisciplinados, ya que su única función es amenazar con una posible sanción y dar la opción a los conductores para cambiar su estilo de conducción, pero sin capacidad para imponer sanciones y multas reales.
Este tipo de radares falsos sin cámara en su interior se anuncian con claridad y anticipación, a diferencia de muchos radares verdaderos, que generalmente las autoridades pretenden que pasen lo más desapercibidos posibles e incluso se camuflan.
Los radares falsos han sido muy criticados por parte de los conductores y asociaciones de automovilistas, ya que consideran que pueden generar un sentimiento de engaño en el conductor que le lleve a adoptar una mayor exposición al riesgo. Si ante una advertencia de radar el conductor considera que puede que no se trate de un radar operativo, puede que no disminuya su exceso de velocidad, lo que conllevaría una disminución de la eficacia de las estrategias en la lucha contra los accidentes de tráfico.
Además, este tipo de medidas podrían desacreditar a la Administración y suponer una pérdida de credibilidad si el conductor percibe que las autoridades juegan con él.